Miro el reloj y compruebo que para mi desgracia aún son las tres y media. A estas horas de la noche, pocos somos los que seguimos sumergidos entre montañas de apuntes, adendas y libros de referencia.

Las multitudes que durante todo el día habían estado pululando por la biblioteca de la facultad, codeándose por encontrar un hueco libre, hacía varias horas que se habían marchado, llevándose consigo todo el alboroto, pero dejándose olvidada toda la tranquilidad y serenidad de la que disfrutábamos los más trasnochadores. Éramos once en la sala en la que me encontraba.

La noche cerrada, calurosa y sin luna, proyectaba en el exterior la pesadez, el cansancio y la oscuridad de mi mente, saturada y reticente a albergar ni si quiera una coma más de información.

Trato de mantener la calma y canalizo los nervios que comienzan a borrar lo poco que había conseguido memorizar. Realizo ejercicios de relajación y me tomo una pausa de quince minutos para evadirme de las definiciones y las fórmulas y pensar en ríos cristalinos y mariposas de colores.

Pasado ese tiempo reanudo el estudio, tras un breve paso por el lavabo para ‘refrescar las ideas’ y espabilarme. Una fugaz tentación me invita a cerrar los libros, recoger los apuntes y marcharme a casa a dormir. Finalmente me resisto a ceder a la provocación: esta vez no, ya va siendo hora de cumplir los propósitos.

Sentado de nuevo en la incómoda silla, con la mirada fija en los papeles que tengo delante, consigo recuperar el volátil estado de concentración y empezar con el tema siete: ‘Elementos para la formulación de un modelo macroeconómico consistente’.

Abro los párpados desorientado siendo consciente de que me he quedado dormido y lanzo una mirada furtiva a mi alrededor para comprobar que nadie se ha percatado de mi cabezada. Miro el reloj: las cinco menos cinco.

Con la pereza escondida en las ojeras me incorporo dispuesto a reiniciar el estudio, pero me llama la atención un trozo de papel que asoma aprisionado entre las páginas del libro de Macroeconomía a modo de marca páginas. Me juro que ésa será la última interrupción, y abro el libro por la página señalada en la que encuentro una nota doblada por la mitad. La nota dice:

LLEVO TODA LA NOCHE BUSCANDO UNA EXCUSA PARA HABLAR CONTIGO, AHORA QUE VEO HAS SUCUMBIDO AL SUEÑO, LA HE ENCONTRADO. TE ESPERO EN LA MÁQUINA DE CAFÉ PARA ‘REPONER FUERZAS’.

Volví a mirar a mi alrededor fijándome en cada una de las personas de la sala, tratando de escrutar un atisbo de disimulo en sus rostros, que estaban fijos en los papeles que tenían delante. Me di cuenta de que ahora en la sala solo estábamos diez personas.

Me levanté y anduve despacio por el pasillo, tratando de no hacer ruido, hasta la sala de al lado donde estaba la máquina de café. Al entrar encontré de frente un par de ojos verdes mirando directamente a los míos y me detuve sorprendido. Ella se puso en pie y señaló la silla que estaba a su lado, añadió una sonrisa y dijo:

‘Por un momento pensé que no vendrías, ya empezaba a sentirme estúpida por haberte dejado esa nota. Pero venga no te quedes ahí parado, el café se te va a enfriar. Por cierto, mi nombre es Elena.’

‘Sittin’ on my own, chewin’ on a bone, a thousand million miles from home, when something hit me somewhere right between the eyes…’
Hoy mi canción es: ‘Talk Tonight’ Oasis

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