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«Cuando una mañana amenaza lluvia, debería estar prohibido ir a trabajar», esbozó una pequeña sonrisa esperando que nadie a su alrededor hubiese escuchado sus pensamientos.
«Cuando una mañana amenaza lluvia, debería estar prohibido ir a trabajar», esbozó una pequeña sonrisa esperando que nadie a su alrededor hubiese escuchado sus pensamientos.
El reloj de la estación marcaba las nueve y dos minutos. El frío de diciembre acompañaba una noche que amenazaba lluvia y la tibia luz de una farola añadía pinceladas de tristeza a la escena. En el solitario andén, sólo Mario tenía motivos para esperar al tren.
El vaho sobre el cristal difuminaba su reflejo con cada respiración, dejándole ver de nuevo, tras unos segundos, un rostro que ya no reconocía como suyo. De nuevo, el tren era demasiado pequeño para sus pensamientos y los proyectaba en el paisaje que iba acompañándole de vuelta a casa.
La pista de baile se fue llenando de parejas conforme la luz comenzó a atenuarse y las primeras notas salieron suspiradas de lo que parecía ser el cielo.
El día comienza perezoso entre las sábanas de nubes que se han pegado al cielo. Un Sol débil trata de esconderse avergonzado por la resaca que proyectan sus rayos tras una noche de locura con la Luna llena.