
Me sorprendí tirado en medio de la calle y con un fuerte dolor en la cabeza. A mi alrededor se fue formando un pequeño corro de gente, unos tratando de ayudarme a incorporarme y otros, los que más, alimentando su curiosidad y transformando mi infortunio en la anécdota que contar al llegar a casa. Me sentía desorientado y no era capaz de recordar qué había pasado justo un minuto antes. Anduve con la mirada sobre mis pasos pero no encontré ningún indicio o consecuencia que explicara la causa de mi accidente. A pocos metros de mí, un maletín negro parecía haber sufrido mi misma suerte, pero no lo reconocí como mío. Un niño que estaba contemplando la escena, lo recogió y me lo entregó afirmando que lo llevaba conmigo antes de terminar en el suelo.
Finalmente me puse en pie con menos agilidad de la que esperaba y limpié las manchas de polvo del traje que vestía, que tampoco recordaba haberme puesto, de hecho tenía serias dudas sobre qué había hecho esa mañana. El gentío empezó a dispersarse y miré a mi alrededor tratando de identificar la calle en la que me encontraba, sin éxito. Pregunté a una de las señoras que aún estaban merodeando, pero me miró con desconfianza y se marchó sin decir una palabra. Pensé que sería uno de esos días en los que parece que el mundo se ha vuelto loco y nada tiene sentido, y comencé a caminar en una dirección que escogí al azar.
Me detuve frente al escaparate de una tienda de libros y observé confuso cómo mi reflejo en el cristal no se correspondía con el que estaba acostumbrado a ver ni con la imagen mental que tenía de mi mismo. Me palpé la cara y era yo, de eso no cabía duda, pero era diferente, tenía otro corte de pelo, la piel más áspera, una constitución física distinta, había ganado peso y había perdido ese aire juvenil que creía conservar, era yo, pero con más edad.
Justo en el momento en el que llegué a esa conclusión, algo comenzó a vibrar en el interior de la chaqueta, encontré un teléfono móvil que no me pertenecía, o eso pensaba, aunque en ese momento no estaba seguro ni de mi propio nombre. Descolgué y una voz de mujer empezó a preguntarme que donde estaba, que por qué no dada señales de vida y que me estaban esperando desde hacía una hora, tal y como decía que habíamos quedado, en la cafetería de la Quinta con Vanderbilt. Traté de decir algo, pero como no sabía el qué, me quedé balbuceando hasta que ella dijo que me diera prisa y colgó.
Lo único que me tranquilizó de esa llamada fue que la mujer dijo mi nombre, así que al menos había algo que no había cambiado tras el golpe. Pensé que la mejor forma de averiguar qué estaba pasando sería acudiendo a la cita, así que paré el primer taxi que pasó y le indiqué la dirección. Durante el camino abrí el maletín en busca de algo que me ayudase a recordar, no sabía la combinación, pero probé el número que solía poner a todas las contraseñas y se abrió, lo que me confirmó que realmente me pertenecía.
En su interior había varios papeles: el duplicado del seguro de un coche que estaba a mi nombre, la reserva de un viaje a Roma del que yo y una mujer éramos los pasajeros, el informe de un proyecto del que yo era el autor y una nota escrita con mi letra en la que ponía: «Intenta no volverte un hombre de éxito, sino de valor». Obviamente ninguno de estos enseres me resultaba familiar. Los saqué del maletín y una fotografía se deslizó sobre mis rodillas. En la fotografía estaba yo, tal como me había visto en el escaparate, y junto a mí había una mujer muy hermosa y dos niñas. No será de extrañar a estas alturas del relato que diga que no las había visto en mi vida. Sin embargo me asusté y el latigazo de un escalofrío recorrió mi espalda.
El taxi se detuvo junto a la acera y me di cuenta de que no sabía si tenía con qué pagar, rebusqué en los bolsillos y encontré una cartera que afortunadamente tenía dinero, tarjetas de crédito y tres fotos de carné. Pagué y salí del taxi y me detuve delante de la entrada de la cafetería, tratando de imaginar qué iba a pasar a continuación. Sin meditarlo mucho comencé a caminar y entré.
Lo primero en lo que se fijaron mis ojos fueron las dos niñas que estaban en la foto y junto a ellas también estaba aquella mujer y varias personas más, todos de pie formando una línea y mirándome. Las mesas estaban llenas de comida y bebida y había adornos por todas partes. En el momento en el que entré gritaron al unísono. Por lo visto era mi cumpleaños y me habían preparado una fiesta sorpresa.
Si hubo algo que mi cara expresó en ese instante fue sorpresa, pero también desconcierto y confusión. Las niñas salieron corriendo y se abrazaron a mis piernas, me asusté cuando empezaron a llamarme ‘papá’. Después se acercó la mujer y me saludó muy tiernamente, acompañando su beso con un ‘felicidades cariño’. A continuación, el resto de desconocidos invitados también se acercó a saludarme. Traté de actuar con normalidad mientras en el interior de mi mente, los pensamientos y las conjeturas mantenían una ardua lucha por tratar de ordenarse de forma coherente.
En el horizonte de la sala vi aparecer una tarta abriéndose paso entre la gente hasta llegar a donde yo estaba, mientras todo el mundo cantaba la típica canción de estos casos. Comencé a contar las velas y me dí cuenta de que eran muchas más de las que yo pensaba que me correspondían o de las que yo recordaba haber soplado la vez anterior. Se hizo el silencio expectante que acompaña a la formulación mental del deseo y un recuerdo veloz se cruzó por mi mente. Era lo último que recordaba haber hecho antes de encontrarme tirado en la calle y con un golpe en la cabeza: era de noche y estaba tumbado en un parque mirando las estrellas, me sentía triste y reflexionaba sobre qué tipo de persona sería quince años después, en ese momento una estrella fugaz cruzó el cielo.
La gente me miraba como tratando de adivinar el deseo que iba a pedir al genio de las velas de cumpleaños. Me despedí con la mirada de la mujer y de las niñas, cerré los ojos y espiré con todas mis fuerzas.
‘Yo soy tan sólo uno de los dos polos; de esta historia, la mitad.
Apenas medio elenco estable; una de las dos variables en esta polaridad.’
Hoy mi canción es: ‘Deseo’ Jorge Drexler
poor fin leo algo con ganar después de haberme releído mil cosas para el abi..
cómo vas, Dani? 🙂
un beso!
http://flickr.com/photos/chrocodile/
Hola Laura! Me alegro de que mi blog te sirva para desconectar un rato de los estudios. Tus fotos también me sirven a mí para lo mismo, a estas horas y con un examen entre ceja y ceja.
Mucha suerte en el abi y un besazo!
Ay que ver lo peligrosos que son los deseos…y lo rápido que pasa el tiempo! me ha encantado lo de «Intenta no volverte un hombre de éxito, sino de valor»
Un besitooo
Lo bueno de los sueños es que permiten superar nuestras propias limitaciones y vivir experiencias que de otra forma no seríamos capaces de sentir ni incluso de imaginar. Muchas veces ni siquiera somos los guionistas, pero tenemos el papel protagonista de nuestras ilusiones, miedos, esperanzas y también de esa parte de nosotros mismos que ni siquiera conocemos.
La frase que destacas es una especie de norma interna que trato de grabar en mi mente cada día.
Gracias por comentar y un beso Estela!