Día 163

Me desperté con una extraña sensación de descanso, tan poco habitual, que asumí que me había quedado dormido. Todavía sin abrir los ojos percibí un cierto nerviosismo en el ambiente, que quedaba parcialmente ahogado por las persianas de mi habitación.

Agudicé el oído para tratar de descifrar el origen y sentido de aquellos sonidos, lejanamente familiares, pero absolutamente inéditos desde el día en que se decretó el confinamiento. Una mezcla de murmullos, pequeños estruendos y gritos anárquicos, que en este contexto solo podían significar una cosa. Y abriendo los ojos de golpe comprendí que algo grave había pasado.

Rápidamente traté de alcanzar el móvil en la mesilla, pero recordé que no lo había puesto a cargar y, efectivamente, se había quedado sin batería. Entonces distinguí más nítidamente el sonido de cristales rotos, sirenas y lo que parecían ser disparos; y reptando por el suelo me deslicé hasta la ventana.

Destapando la cortina el espacio justo para poder asomar un ojo miré hacia abajo y comprendí que la acción se situaba en una calle distinta a la mía. Sin embargo vi a varios jóvenes, tapando su rostro con mascarillas, que corrían hacia el final de la calle, mientras animaban a otras personas a unirse. Desde los balcones unos les aplaudían y alentaban y otros les lanzaban insultos y algún que otro objeto.

Ansioso por saber qué estaba pasando corrí hacia el salón para encender la televisión, pero no había señal. Al otro lado de la puerta, en el rellano, portazos, más gritos y el ruido frenético de pasos bajando las escaleras a toda velocidad. Por un momento me quedé paralizado sin saber qué hacer.

Corrí de nuevo a mi habitación para ponerme las zapatillas, pues la mezcla de curiosidad e incertidumbre me impedían permanecer un segundo más en casa. Por el camino deparé en una pequeña radio que tenía en la estantería y probé suerte.

Entre ruidos e interferencias logré dar con la voz entrecortada de un locutor que contaba entre gritos cómo un ataque coordinado en medio de la noche había logrado sabotear casi la totalidad de las telecomunicaciones de la ciudad.

De golpe, como quien despierta de una larga hipnosis, miles de ciudadanos tomaron conciencia de una situación que habían terminado por asumir indolentemente y que ya se alargaba más de lo debido. Fue necesario cortar el hilo tecnológico invisible que mantenía hiperconectadas sus mentes a una nueva realidad, incapaces de reaccionar ante un abuso que sometía sus vidas a la dependencia.

Y fue así, como 163 días después, todos despertamos con una extraña sensación de descanso, tan poco habitual, que asumimos que nos habíamos quedado dormidos.

«Somethin’ filled up my heart with nothin’,
Someone told me not to cry»
Hoy mi canción es: «Wake up» Arcade Fire

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