El frío de enero y la oscuridad por la pereza del sol a no madrugar hasta las ocho y media daban un aspecto desolador al terreno. Los nervios y el miedo escénico contribuían a hacer de esa situación un trámite emocionante y necesario que nunca antes habría imaginado vivir.

Vestía una camiseta de manga larga unas tallas más grande que la suya, un pantalón corto por el que se colaba un hilo de brisa matutina y un par de zapatillas de deporte, porque con la inminencia de su debú no le había dado tiempo a comprarse unas de tacos.

Seguía a sus compañeros de equipo con la desorientación de no conocer todavía el ritual de calentamiento y protocolo previos al inicio del encuentro.

Sólo había entrenado un par de días, por la urgencia de la vacante, pero sabía que la escuela de la calle era su mejor aval para demostrar sus reflejos y habilidades.

Y con esta convicción y la ilusión intacta de poder jugar en un equipo de fútbol, se dirigió hacia la portería donde comprobó con cierto miedo lo pequeño que se veía el campo desde su posición, por lo visto, trabajo no le iba a faltar.

Con el pitido del árbitro comenzó el encuentro y con él aumentaron los nervios y la tensión, pero no duraron mucho. Manteniendo la concentración en todo momento y teniendo presente la responsabilidad que su puesto conlleva, desbarató un par de ocasiones de los contrarios, una de ellas un mano a mano con el delantero rival.

Por contra la única ocasión de la que dispuso su equipo terminó atravesando la línea de gol, tras el lanzamiento de una falta.

Con el sabor del triunfo momentáneo llego el descanso y el alivio y la satisfacción de recibir las felicitaciones sus compañeros. Varias indicaciones tácticas del entrenador y el partido se reanudaba.

Mucho más tranquilo y con la exigencia de no fallar entre ceja y ceja aguardaba la primera embestida del equipo rival, que no se hizo esperar y en apenas un par de minutos una internada por la banda derecha le obligó a hacer una salida del área que fue contestada con una vaselina, que pese a su reacción y posterior estirada, terminó por entrar en su portería.

Estuvo a punto de lesionarse la mano a causa de los puñetazos que le propinó al suelo por su error. Una enorme decepción merodeaba por su cabeza, empujando a algunas lágrimas a asomarse por sus ojos.

A partir de ahí se acabó todo, cada ataque del equipo rival conseguía abrirse camino entre la defensa y terminaba en gol. Sólo tuvo una alegría, consiguió parar un penalti, pero para lo que servía a esas alturas, no lograba consolarle lo más mínimo.

El calvario finalizó en el mismo momento en el que el árbitro se llevó el silbato a la boca y pitó el final del partido. Entonces él, con la cabeza agachada, arrastró sus pies hasta la banda, donde un grupo de personas que habían visto el partido le devolvieron el ánimo, diciéndole que había sido el mejor. Se volvió hacia ellos y con una débil sonrisa les agradeció sus palabras.

Y esa fue su primera experiencia en el fútbol federado, triste debú al que siguieron muchos otros partidos con mayor o menor suerte pero en los que fue mejorando sus aptitudes y adquiriendo seguridad. Al final del campeonato terminaron en segundo lugar, por detrás del equipo contra el que debutó.

‘Del primero al último jugador y empezando por el entrenador, todos tienen que saber su papel para salir a vencer… El orgullo de luchar a morir, por su equipo, su ciudad, su país, no se puede contar, es algo especial…’
Hoy mi canción es: ‘Campeones’ Oliver y Benji

Pin It on Pinterest