El calor de los rayos impactando en mi cara es suficiente para que abandone el mundo de los sueños y abra los ojos mientras mi boca dibuja una gran o en forma de bostezo. Las mantas perezosas, que no quieren dejar de abrazarme, ceden finalmente y con los dos pies ya sobre el suelo pongo en orden mi mente sobre el día que es, los planes que tengo y sus alternativas.

Un inesperado optimismo se apodera de mi ánimo al tiempo que, aún descalzo y en pijama, decido salir a disfrutar de la quietud del jardín. Recién llegada, la primavera ha comenzado a vestirlo todo de tonos verdes. Únicamente una maceta de geranios y dos prematuras rosas rosas, que no han podido esperar su ciclo natural, se muestran con todo su colorido.

La misma pegadiza melodía con la que me acosté, me acompaña ahora en mi paseo matutino. Fuera de mi cabeza, sólo el alegre sonido de los pájaros compone una abigarrada sinfonía que pone voz a la naturaleza.

En la terraza, encima de la mesita, me espera un zumo de naranja y unas tostadas de mermelada de albaricoque junto a un café con leche todavía caliente. Pienso que alguien ha madrugado más que yo y agradeciéndoselo en el alma, tomo asiento y desayuno sin prisa.

Contagiados de la armonía externa, mis pensamientos recorren los últimos meses de mi vida. Qué lejos quedan ahora el desánimo, la decepción, el desconsuelo y la soledad. Cómo se han transformado en esperanza, en ilusión, en alegría y en seguridad. Se supera una etapa tan dura como necesaria y se empieza otra quizá más breve, pero más intensa.

Le doy el último sorbo al café, mientras me distraigo mirando cómo una pequeña hormiga intenta robarme un pedacito de tostada que ha caído sobre la mesa. Como la miga es demasiado grande no puede con ella y desiste.

Me levanto y permanezco en pie observando una vez más la panorámica. Sin darme cuenta, dos manos de sensible suavidad y ligero perfume cubren mis ojos sin encontrar resistencia, invitándome a participar en el juego de las adivinanzas.

No hace falta que conteste. Se deslizan lentamente recorriendo mi cara hasta llegar al cuello, entonces se abren acariciando mis hombros y descendiendo por la espalda hasta llegar a la cintura, rodeándola y juntándose a la altura de mi pecho, abrazándome con fuerza.

Es entonces cuando ella, dejando descansar su cabeza sobre mi espalda, me susurra: «Buenos días, ¿ves como hoy saldría el sol.?«

«Y tu piel es blanca como esta mañana de enero,
demasiado hermosa como para ir a trabajar.»
Hoy mi canción es: «Enero en la playa» Factodelafé y las Flores Azules

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