
Por fin llegó el día. Tantas semanas y largos meses esperando, derrochando imaginación y ensayando a media voz mil y un diálogos ontológicos en situaciones ficticias, todas ellas con un desenlace similar. Todos los anhelos y esperanzas, todas las ilusiones y sueños, todas las escenas y situaciones que había deseado protagonizar se iban a representar en apenas unas horas.
Acicalándose frente al gran espejo que recorría verticalmente el armario de su habitación, abrochándose el último botón de la camisa que había comprado para la ocasión y ajustándose la corbata con mano temblorosa, anudando después los cordones de sus zapatos negros y estirándose la chaqueta del traje, peinando sus cabellos todavía húmedos y rociándose unas gotitas de la fragancia que ella le había regalado, recorría en su mente la interminable lista de preparativos y el sinfín de sutiles detalles que convertirían la velada en una ocasión especial.
Transformó a conciencia el céntrico piso con vistas a la noche para convertirlo en el mejor escenario donde desarrollar su papel de anfitrión. Las cortinas rojas colgaban majestuosas dejando una rendija abierta por la que pudiese espiar la luna, con la que había apalabrado un aumento de luminosidad y resplandor para aquella noche. Las velas aromáticas acordes al estilo minimalista del salón, pintaban de intimidad y sensitividad el ambiente, anticipando el ritual de miradas y gestos en el juego de la seducción.
La atmósfera se completaba con el hilo musical resbalando por el aire, impregnando los sentidos y abandonando al ser a una dulce relajación; y con el ligero aroma proveniente de la cocina, donde el horno gratinaba el laborioso y suculento menú preparado con minuciosidad, combinando texturas y sabores: irresisitible tentación para el paladar, resultante de su recién descubierta destreza culinaria. Diseminó, sin embargo, toda su delicadeza y creatividad en el postre, con el que las propiedades del chocolate, la fruta y la menta, serían la invitación implícita a un encuentro más íntimo.
Fue más fácil de lo que él se había figurado, los evidentes cruces de miradas y las sugerentes indirectas en la oficina un par de días atrás, sólo podían significar una cosa y por ello decidió actuar. Escogió las palabras precisas y esperó a que las circunstancias fuesen adecuadas para la proposición, lo demás ocurrió por sí solo, una sonrisa fue la respuesta y su cabeza se llenó de ilusiones.
Las diez fue la hora acordada y las manecillas del reloj de pared parecían repelerse como imanes, haciendo eterna la espera. Tres miradas consecutivas a su reloj de muñeca le confirmaron que el tiempo no se había detenido.
Las nubes cubrieron la luna y una fría ráfaga de aire se coló entre las cortinas apagando de un soplido las velas. Despertó sobresaltado, eran las once y media y ella no había dado señales de vida, el cd de música ya había dejado de sonar y un olor a quemado salía de la cocina expandiéndose por toda la casa. Un escalofrío recorrió su espalda en el momento en el que comprendió que ella no iba a aparecer…
«Like a candle in the wind, never knowing who to cling to,
when the rain set in».
Hoy mi canción es: «Candle in the wind» Elton John