
Como cada mañana, con la espalda apoyada en los azulejos blancos y fríos de la estación espero a que llegue el metro. Son las ocho menos cinco.
La gente se acumula en el andén. Desde que comenzó la huelga es complicado llegar a tiempo a los sitios, los retrasos alcanzan los veinte minutos y el nerviosismo aumenta con cada minuto de demora. Con el sueño todavía entre mis párpados, trato de aislar mi mente del exterior y me sumerjo en pensamientos, que aunque vacíos de contenido, me permiten mantener la tranquilidad y la concentración.
Un lejano estruendo anuncia que el tren va a entrar en la estación. Entonces todo el mundo se aproxima al borde de las vías para poder acceder antes que el resto y con un poco de suerte encontrar un sitio donde sentarse. A mí eso no me preocupa, me sitúo bajo el cartel de información, pues mi veteranía en el uso del transporte público me indica que a esa altura coincidirá una de las puertas del vagón. Subimos y apretujados iniciamos la marcha entre bruscos balanceos y cabezazos. Los que leen los gratuitos hacen una pausa para abanicarse mientras emiten forzados suspiros para dar a entender su incomodidad.
La voz mecánica de una señorita anuncia la siguiente parada y es en ese momento en el que todo el sueño desaparece, los sentidos se ponen alerta, comienzo a sudar, pero no por el calor y escucho los latidos golpeando mi pecho con energía.
Conforme el tren se detiene y las borrosas figuras de las personas del andén se vuelven nítidas, me fijo en la ventana que tengo enfrente, esperando ver un fugaz destello, un inesperado brillo, que me confirme que tres puertas a la derecha de donde me encuentro, tú estarás subiendo al tren.
El espesor de la gente me impide establecer contacto visual contigo, pero puedo sentir tu presencia sin necesidad de verte. Sé que te sentarás junto a una ventana, apoyando tu cabeza sobre ella y permanecerás en silencio, mirando a la oscuridad del túnel a través del cristal donde se refleja tu espectro.
Sé que sobre tus rodillas descansará un bolso a juego con tus zapatos, que lucirás pendientes de perlas inspirados en tu sonrisa, el pelo recogido y una camisa abierta elegantemente, donde lucirás algún complemento.
Pero a pesar de saber todas estas cosas, sigue siendo una incógnita lo que para mí es más importante: el contenido de tus pensamientos. Poder saber si en alguna ocasión habré deambulado por ellos. Muchas veces he intentado penetrar en tu mente, tratar de encontrar algún gesto involuntario, quizá un parpadeo inusual o un breve alargamiento de las comisura de tus labios, que me pudiese dar alguna referencia y me ayudase a configurar complejas suposiciones y fantásticas teorías, alejadas completamente de la realidad.
En este ejercicio de indagación van pasando las estaciones, el tráfico de personas no cesa y se acerca el momento de despedirnos. Será una despedida sin palabras, ni miradas, ni gestos de ningún tipo, sino con la simple sensación de que la distancia entre nuestros corazones aumenta, de que la mágica luz que desprendes comienza a atenuarse, y de que una vez más perdí otra ocasión de decirte algo, quizá un escueto ‘hola’ o un atrevido ‘te espero mañana a la misma hora en el mismo tren’. Pero ¿y si mañana no te encuentro como de costumbre? Cada vez quedan menos trenes.
Y desde la distancia todavía insalvable que nos separa, me pregunto qué esotérico embrujo o maliciosa hipnosis habrás aplicado sobre mí, para que crea que eres cada chica que dobla la esquina, para que vaya donde vaya siempre haya alguien que te nombre aunque tú no estés y para que todas las canciones que escucho siempre me recuerden a ti.
‘Hoy que no estás, voy a inventarme el final,
tu regresabas y no nos separábamos más,
es mi canción, no tengo que decir la verdad’
Hoy mi canción es: ‘Hoy que no estás’ Alejandro Sanz
Me resulta bastante familiar esa situación de esperar al metro medio dormida, bajo el cartel de información y la sensación de sardina enlatada una vez penetradas las puertas. Respecto al resto de la historia, cada vez quedan menos metros, cierto, el final de las clases es inminente, ¿y si algún día abandonas ese puesto fijo para desplazarte 3 puertas más atrás?
besitos
Gracias por el comentario Lorena, me ha gustado mucho.
Qué fácil parece realmente la solución vista desde esa perspectiva. Simplemente es cambiar la rutina, desplazarse unos pocos metros y arriesgarse a hacer algo distinto. Puede que luego salga bien o salga mal, pero ¿qué puede ser peor que no intentarlo?
Cambiar una rutina puede ser tan complicado como cambiar un defecto en una persona, pero es modificando esas pequeñas cosas como se tiende hacia la perfección.
Gracias otra vez y un beso!