
El local estaba lleno de gente, los vasos se acumulaban en las repisas y en las barras, el suelo comenzaba a estar pegajoso y sonaba ‘Clavado en un bar’ de Maná.
La gente gritaba y saltaba eufórica, él trataba de abrirse paso entre ellos, pero en cuanto se encontraba con algún conocido, era imposible no contagiarse y terminaba cantando con él alguna estrofa a pleno pulmón.
La vista comenzaba a nublársele y sentía el cuerpo más ligero que nunca, si hubiese cerrado los ojos, habría jurado que podía volar sobre las cabezas de todas esas personas, con las que había compartido el día a día de los últimos ocho años de su vida. Al fin se había acabado.
La tensión y los nervios acumulados durante el último mes quedaban liberados de golpe con la inestimable ayuda del alcohol.
Sus pasos irregulares y errantes le condujeron al baño para refrescarse la cara, ajustarse la chaqueta del traje y comprobar lo rojos que tenía los ojos. Nada más salir, una voz conocida le dijo que alguien quería verle. Le acompañó hasta el origen de esa misteriosa petición.
No se conocían en persona, apenas habrían hablado un par de veces, pero sabía por las fotos que ella no pasaba indiferente al resto. Le recibió con una sonrisa nerviosa y sin apartar sus ojos de los de ella, le preguntó qué tal iba la noche.
Quiso entonces apelar al celestino amigo que tenían en común, pero ya no estaba, tampoco sus amigas estaban a la vista, por lo que ahí estaban los dos, casi sin atreverse a mirarse y pensando qué decir que pudiese dar pie a una conversación. Un par de comentarios forzados y ambiguos susurrados en sus oídos sirvieron para romper el hielo y comenzar el sutil juego del lenguaje no verbal, los gestos, las miradas, las insinuaciones…
La tercera vez que él acercó su cara a la de ella, se desvió por el camino, realizando un suave escorzo lateral, terminando por encontrar sus labios.
El contacto, el primer sabor, el silencio y el vacío.
El abandono de la voluntad a lo puramente instintivo, sensitivo y epidérmico. El calor recorriendo el cuerpo. Miradas perdidas de deseo y ambición. El roce sus labios descubriendo su cuello.
Había otras miradas curiosas, algunas risas, algún sollozo, corazones saciados, otros sedientos de promesas incumplidas.
Y entre beso y beso alguna que otra foto velada, para que no hubiese constancia de ese desliz, esa excepción a la norma que por una vez nadie, ni siquiera la tímida voz de la conciencia, dormida de embriaguez, se atrevió a impedir.
Pero a toda Cenicienta le llega su media noche, en la que su carruaje se convierte en taxi y tiene que huir antes de que el hechizo termine.
Y ahí se quedó él, de pie sobre la acera, saboreando la impronta de sus labios, con la inocente ilusión de volver a verla, mirando a aquel taxi, que sin saberlo, le estaba alejando de ella para siempre. Pues ella, su Cenicienta, no olvidó su zapato de cristal.
‘Si es que te he fallado dime cómo y cuándo ha sido,
si es que te has cansado y ahora me echas al olvido…
y ahora tú te vas así como si nada, acortándome la vida,
agachando la mirada’
Hoy mi canción es: ‘Y tú te vas’ Chayanne