Una ráfaga de viento se colaba a través de las cortinas del dormitorio tratando de apagar la bombilla de la lámpara de noche. Sobre la cama de matrimonio la colcha dibujaba la silueta de una siesta. Junto a ella una cuna de madera blanca mantenía el recuerdo de la última noche en vela.

En el estudio, las paredes se ocultaban tras centenares de libros ordenados alfabéticamente por autores. El portátil sobre el escritorio recordaba que todavía quedaba trabajo por hacer y en el teléfono móvil se acumulaban las llamadas perdidas.

Sobre la mesita del recibidor yacían las llaves del coche, junto al cuadro de dos enamorados en un parque y una pequeña nota con la lista de la compra. Un paraguas negro y otro rojo compartían el cilíndrico espacio de un paragüero. Encima una chaqueta y un abrigo esperaban ahorcados en la percha el momento del paseo nocturno de cada día.

Los cuadros de las paredes señalaban el camino al salón, donde un sonajero y un coche de bomberos descansaban en el suelo tras una intensa tarde de actividad. Una canción sonaba en el tocadiscos y a través del cristal de la puerta de la terraza se empezaban a ver las primeras estrellas.

La ventana del dormitorio debió de quedarse entreabierta a tenor de los portazos que se escucharon por toda la casa. Las baldosas del pasillo aún relucían como el primer día. El olor del bizcocho incubado en el horno ambientaba todas las estancias, recubriéndolas del aroma de hogar.

Entonces noté que algo constreñía mi mano, levante la vista y te vi muy cerca de mí, podía leer la ilusión en tus ojos y la felicidad en tu sonrisa. Frente a nosotros un hombre vestido de traje, medio calvo y con gafas alargaba su mano hacia mí esperando una respuesta. El eco de sus palabras se extendió por el espacio diáfano del piso. Te devolví la sonrisa y estreché su mano.

‘But a room is not a house and a house is not a home,
when the two of us are far apart and one of us has a broken heart…’
Hoy mi canción es: ‘A house is not a home‘ Luther Vandross

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